lunes, 25 de noviembre de 2013

4. Si es necesario el análisis de la situación histórica, ¿no tendría que estar la doctrina social en continua evolución?, ¿para qué referirse a los documentos del pasado?



Efectivamente, la doctrina social de la Iglesia, por su carácter mediador entre el Evangelio y la sociedad, tiene que responder a las nuevas necesidades y los problemas del mundo y de la historia. Por eso, más que mirar al pasado, necesita actualizarse continuamente y no puede extrañar que cambie. De hecho, ha experimentado una evolución notable en el transcurso de los años. La misma estructura de cada una de las grandes encíclicas sociales manifiesta también un carácter renovador y dinámico: al mismo tiempo que mantiene la referencia con los documentos anteriores, proyecta siempre la reflexión hacia los nuevos problemas de la vida social.

Este es precisamente uno de sus rasgos característicos: la armonía entre continuidad y cambio. Existe en la doctrina social una profunda continuidad, pero existe también, al mismo tiempo, una continua evolución; la continuidad y la renovación son una prueba de su perenne validez.

Pero hemos de entender correctamente el sentido de la continuidad y del cambio. Por una parte, la enseñanza social de la Iglesia se mantiene constante, idéntica en su inspiración de fondo, en sus principios de reflexión y, sobre todo, en su unión vital con el Evangelio del Señor. Por otra, es a la vez siempre nueva, dado que está sometida a las adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas, así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se mueve la vida de los hombres y de las sociedades.

Hay que distinguir, pues, entre los grandes principios, que aseguran a la doctrina social una validez permanente, y los juicios éticos sobre las realidades concretas, que necesariamente están sometidos a la ley del cambio y a la actualización.

Por otra parte, si contemplamos la doctrina social en su conjunto es posible también advertir otro tipo de evolución. Es evidente que resultan muy distintas las encíclicas de León XIII y las de Juan Pablo II o Benedicto XVI. Hoy se admite en la doctrina social dos etapas bastante diferenciadas (antes y después del Vaticano II), situando en medio como etapa de transición el pontificado de Juan XXIII. La primera etapa está marcada por un mundo en proceso de industrialización, por grandes diferencias económicas y conflictos sociales; los contenidos doctrinales se fundamentan en la ética natural y es muy fuerte la insistencia en lo doctrinal. La segunda etapa fija la atención especialmente en el desarrollo auténtico y en la participación de todos los pueblos en él; crece la inspiración específicamente cristiana, la preocupación por partir de la realidad social y por la acción solidaria con los demás hombres.

La consideración de este carácter evolutivo de la enseñanza social de la Iglesia implica consecuencias importantes en cuanto al modo de entender las afirmaciones del pasado sobre algunos problemas específicos y al tipo de intervención que la Iglesia puede realizar hoy. En efecto, es un error juzgar las afirmaciones de una encíclica sobre un determinado problema como afirmaciones completas y definitivas. Obviamente no nos referimos a los principios doctrinales, sino a la toma de postura sobre diversas cuestiones, como el valor de la propiedad privada o el juicio sobre el socialismo, ternas que caracterizan el debate cultural y sobre los cuales la Iglesia dice una palabra clarificadora. El devenir de la Iglesia, el progreso de la ciencia económica, social y teológica, y las nuevas necesidades ayudan a precisar mejor las indicaciones de la Iglesia sobre dichos temas.


Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.

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