Especialmente desde la encíclica Mater et magistra, se ha habla de un método inductivo. En realidad, esto significa que, a diferencia de los documentos anteriores, comienza una visión más dinámica y abierta de la sociedad y de los problemas sociales, utilizando un método que, a pesar de partir de la revelación y del derecho natural, está más atento a la realidad histórica. Esta orientación es más precisa y explícita en los documentos del concilio Vaticano II y en las encíclicas posteriores de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Se perfila así el método propio de la enseñanza social católica: un método complejo, que es a la vez empírico y racional. Conjuga tres fases dife-rentes: análisis de la realidad, discernimiento a la luz de la fe y de la tradición eclesial, propuesta de orientaciones y actuaciones prácticas. Se trata, pues, de una metodología y de un proceso que se podría llamar «dinámico inductivo-deductivo» que se desarrolla en tres tiempos: ver, juzgar y actuar.
Ver implica percepción y estudio de los problemas reales y de sus causas, cuyo análisis corresponde a las ciencias humanas y sociales. Juzgar significa interpretar la realidad a la luz de las fuentes de la doctrina social, que determinan el juicio sobre los problemas sociales y sus implicaciones éticas. En esta fase intermedia se sitúa, propiamente, la función del magisterio de la Iglesia, que consiste en interpretar la realidad desde el punto de vista de la fe y ofrecer aquello que tiene de específico: «Una visión global del hombre y de la humanidad» (PP 13). Actuar se refiere a la ejecución de la elección. Requiere conversión y compromiso.
Lo específico del método se sitúa en el segundo nivel, es decir, en el discernimiento, la valoración y el juicio. Por ello, se puede decir que la doctrina social de la Iglesia posee a la vez un carácter inductivo, de la realidad a la doctrina; y deductivo, de los principios a la praxis. Se deriva de aquí el carácter histórico de la enseñanza social y también la necesidad de recurrir a las ciencias sociales que ayudan a comprender la realidad. Las ciencias sociales aportan la materia prima para la reflexión de la teología moral.
Desde siempre los teólogos habían usado la mediación de la filosofía para elaborar sus contenidos teológicos. Hoy se ve claro la necesidad de recurrir a la aportación de las ciencias sociales. Esto sucede también en relación a la doctrina social de la Iglesia, que tiende a acoger y armonizar adecuadamente los datos ofrecidos por sus fuentes y los suministrados por las ciencias positivas. En el fondo, esto significa el reconocimiento de la autonomía de las realidades terrenas. «Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es solo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador» (GS 36).
Se perfila así el método propio de la enseñanza social católica: un método complejo, que es a la vez empírico y racional. Conjuga tres fases dife-rentes: análisis de la realidad, discernimiento a la luz de la fe y de la tradición eclesial, propuesta de orientaciones y actuaciones prácticas. Se trata, pues, de una metodología y de un proceso que se podría llamar «dinámico inductivo-deductivo» que se desarrolla en tres tiempos: ver, juzgar y actuar.
Ver implica percepción y estudio de los problemas reales y de sus causas, cuyo análisis corresponde a las ciencias humanas y sociales. Juzgar significa interpretar la realidad a la luz de las fuentes de la doctrina social, que determinan el juicio sobre los problemas sociales y sus implicaciones éticas. En esta fase intermedia se sitúa, propiamente, la función del magisterio de la Iglesia, que consiste en interpretar la realidad desde el punto de vista de la fe y ofrecer aquello que tiene de específico: «Una visión global del hombre y de la humanidad» (PP 13). Actuar se refiere a la ejecución de la elección. Requiere conversión y compromiso.
Lo específico del método se sitúa en el segundo nivel, es decir, en el discernimiento, la valoración y el juicio. Por ello, se puede decir que la doctrina social de la Iglesia posee a la vez un carácter inductivo, de la realidad a la doctrina; y deductivo, de los principios a la praxis. Se deriva de aquí el carácter histórico de la enseñanza social y también la necesidad de recurrir a las ciencias sociales que ayudan a comprender la realidad. Las ciencias sociales aportan la materia prima para la reflexión de la teología moral.
Desde siempre los teólogos habían usado la mediación de la filosofía para elaborar sus contenidos teológicos. Hoy se ve claro la necesidad de recurrir a la aportación de las ciencias sociales. Esto sucede también en relación a la doctrina social de la Iglesia, que tiende a acoger y armonizar adecuadamente los datos ofrecidos por sus fuentes y los suministrados por las ciencias positivas. En el fondo, esto significa el reconocimiento de la autonomía de las realidades terrenas. «Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es solo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador» (GS 36).
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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