El concilio Vaticano II, convocado e iniciado por Juan XXIII, fue continuado y llevado a término por Pablo VI. Fue, sobre todo, un concilio pastoral. Uno de sus principales documentos es la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Supone una reflexión profunda de la Iglesia sobre el mundo, sobre la sociedad actual «con sus afanes, fracasos y victorias». La Iglesia se acerca esperanzada al mundo para conocer y comprender «sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza».
Se trata, pues, de un documento de marcado carácter social. Estructurada en dos grandes partes, la constitución Gaudium et spes expone, en la primera, la dignidad de la persona humana y la misión individual y social a la que ha sido llamada; en la segunda, llama la atención sobre algunas cuestiones actuales que afectan profundamente a toda la sociedad. Se refiere, en concreto: al matrimonio y la familia, la cultura humana, la vida económico, social y política, la solidaridad de la familia de los pueblos y la paz, intentando que sobre cada una de ellas resplandezca «la luz de los principios que brota de Cristo para guiar a los cristianos e iluminar a todos los hombres en la búsqueda de una solución a tantos y tan complejos problemas» (GS 46). En su conjunto, estos capítulos de la segunda parte de la constitución pastoral representan las áreas principales de la reflexión ética sobre la sociedad.
El capítulo II trata el tema de la cultura. Analiza su situación en el mundo actual, subrayando la importancia de la persona como artífice de cultura y las dificultades y tareas abiertas para promover el diálogo entre las culturas. Después señala algunos principios para la promoción de la cultura, examinando las relaciones entre fe, Evangelio y cultura y proponiendo, al mismo tiempo, algunas obligaciones urgentes, como la importancia de la educación para una cultura integral.
La enseñanza del concilio en el campo económico y social queda recogida en el capítulo III de la segunda parte, que lleva por título: «La vida económica y social». Es un texto breve y tiene una perspectiva pastoral más que teórica. Los temas tratados están en la línea de Juan XXIII. No representan novedades significativas ni en el análisis de los problemas ni en las indicaciones de solución, si exceptuamos quizá la afirmación de la posibilidad de expropiación de latifundios en algunas circunstancias particulares.
El texto consta de una introducción que presenta los aspectos más característicos de la vida económica contemporánea y de dos secciones: la primera afronta el tema del desarrollo económico, postulando un desarrollo al servicio del hombre y la capacidad de eliminar las enormes desigualdades económico y sociales; la segunda se refiere a «algunos principios reguladores del conjunto de la vida económica y social».
Reconoce al trabajo un carácter superior a los demás elementos de la vida económica, porque estos tienen solo un papel de medio; en cambio el trabajo procede inmediatamente de la persona; por él, el hombre se une a sus hermanos, realiza un servicio y coopera al perfeccionamiento de la creación divina. Aunque de manera matizada, recoge la idea de la participación en la empresa: «Se ha de promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa, según formas que habrá que determinar con acierto». Entre los derechos fundamentales cita «el derecho de los obreros a fundar libremente asociaciones que representen auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta ordenación de la vida económica». Y en casos de conflicto, «aunque se ha de recurrir siempre a un sincero diálogo entre las partes... la huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspi-raciones justas de los trabajadores».
Sobre la propiedad privada resalta la afirmación del destino universal de los bienes. «Por lo tanto, el hombre al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solo, sino también a los demás». De ello se deduce la posibilidad del «reparto de las pro-piedades insuficientemente cultivadas a favor de quienes sean capaces de hacerlas valer», la necesidad de invertir para asegurar las posibilidades de trabajo y los beneficios suficientes a la población presente y futura, y de tener en cuenta las urgentes necesidades de las naciones y regiones menos desarrolladas económicamente.
En el capítulo IV analiza la naturaleza y el fin de la comunidad política: el bien común, que debe ser buscado por la autoridad. Impulsa la colaboración de todos en la vida pública, la participación ciudadana. Estimula a ejercer la acción política desde la justicia y el servicio a las personas y condena las formas totalitarias y dictatoriales. Esclarece, finalmente, la relación entre la Iglesia y la comunidad política, afirmando la mutua independencia y la orientación de ambas al servicio de las personas y defendiendo también el derecho de la Iglesia a desempeñar su misión y a predicar la fe.
Finalmente, en el último capítulo desarrolla el tema de la paz. Condena con mucha claridad la inhumanidad de la guerra y exhorta a los cristianos a colaborar con todos los hombres para construir una paz fundada sobre la justicia y el amor. Porque la paz no es la simple ausencia de guerra, ni el mero equilibrio de fuerzas; es el fruto del orden divino realizado por los hombres. Junto a la condena y prohibición absoluta de la guerra, Gaudium et spes rechaza también la carrera de armamentos y pide el establecimiento de una autoridad pública universal, reconocida por todos, que garantice el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.
Se trata, pues, de un documento de marcado carácter social. Estructurada en dos grandes partes, la constitución Gaudium et spes expone, en la primera, la dignidad de la persona humana y la misión individual y social a la que ha sido llamada; en la segunda, llama la atención sobre algunas cuestiones actuales que afectan profundamente a toda la sociedad. Se refiere, en concreto: al matrimonio y la familia, la cultura humana, la vida económico, social y política, la solidaridad de la familia de los pueblos y la paz, intentando que sobre cada una de ellas resplandezca «la luz de los principios que brota de Cristo para guiar a los cristianos e iluminar a todos los hombres en la búsqueda de una solución a tantos y tan complejos problemas» (GS 46). En su conjunto, estos capítulos de la segunda parte de la constitución pastoral representan las áreas principales de la reflexión ética sobre la sociedad.
El capítulo II trata el tema de la cultura. Analiza su situación en el mundo actual, subrayando la importancia de la persona como artífice de cultura y las dificultades y tareas abiertas para promover el diálogo entre las culturas. Después señala algunos principios para la promoción de la cultura, examinando las relaciones entre fe, Evangelio y cultura y proponiendo, al mismo tiempo, algunas obligaciones urgentes, como la importancia de la educación para una cultura integral.
La enseñanza del concilio en el campo económico y social queda recogida en el capítulo III de la segunda parte, que lleva por título: «La vida económica y social». Es un texto breve y tiene una perspectiva pastoral más que teórica. Los temas tratados están en la línea de Juan XXIII. No representan novedades significativas ni en el análisis de los problemas ni en las indicaciones de solución, si exceptuamos quizá la afirmación de la posibilidad de expropiación de latifundios en algunas circunstancias particulares.
El texto consta de una introducción que presenta los aspectos más característicos de la vida económica contemporánea y de dos secciones: la primera afronta el tema del desarrollo económico, postulando un desarrollo al servicio del hombre y la capacidad de eliminar las enormes desigualdades económico y sociales; la segunda se refiere a «algunos principios reguladores del conjunto de la vida económica y social».
Reconoce al trabajo un carácter superior a los demás elementos de la vida económica, porque estos tienen solo un papel de medio; en cambio el trabajo procede inmediatamente de la persona; por él, el hombre se une a sus hermanos, realiza un servicio y coopera al perfeccionamiento de la creación divina. Aunque de manera matizada, recoge la idea de la participación en la empresa: «Se ha de promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa, según formas que habrá que determinar con acierto». Entre los derechos fundamentales cita «el derecho de los obreros a fundar libremente asociaciones que representen auténticamente al trabajador y puedan colaborar en la recta ordenación de la vida económica». Y en casos de conflicto, «aunque se ha de recurrir siempre a un sincero diálogo entre las partes... la huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspi-raciones justas de los trabajadores».
Sobre la propiedad privada resalta la afirmación del destino universal de los bienes. «Por lo tanto, el hombre al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solo, sino también a los demás». De ello se deduce la posibilidad del «reparto de las pro-piedades insuficientemente cultivadas a favor de quienes sean capaces de hacerlas valer», la necesidad de invertir para asegurar las posibilidades de trabajo y los beneficios suficientes a la población presente y futura, y de tener en cuenta las urgentes necesidades de las naciones y regiones menos desarrolladas económicamente.
En el capítulo IV analiza la naturaleza y el fin de la comunidad política: el bien común, que debe ser buscado por la autoridad. Impulsa la colaboración de todos en la vida pública, la participación ciudadana. Estimula a ejercer la acción política desde la justicia y el servicio a las personas y condena las formas totalitarias y dictatoriales. Esclarece, finalmente, la relación entre la Iglesia y la comunidad política, afirmando la mutua independencia y la orientación de ambas al servicio de las personas y defendiendo también el derecho de la Iglesia a desempeñar su misión y a predicar la fe.
Finalmente, en el último capítulo desarrolla el tema de la paz. Condena con mucha claridad la inhumanidad de la guerra y exhorta a los cristianos a colaborar con todos los hombres para construir una paz fundada sobre la justicia y el amor. Porque la paz no es la simple ausencia de guerra, ni el mero equilibrio de fuerzas; es el fruto del orden divino realizado por los hombres. Junto a la condena y prohibición absoluta de la guerra, Gaudium et spes rechaza también la carrera de armamentos y pide el establecimiento de una autoridad pública universal, reconocida por todos, que garantice el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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