viernes, 31 de mayo de 2013

comida



La fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la que llamamos Corpus, constituye el punto culminante de la aventura que revivimos cada año, que comienza en Navidad y pasa por la muerte y la resurrección . 
   
Punto culminante porque s la fiesta del encuentro cotidiano de Dios y de los hombres. Ciertamente el conocimiento de Dios hecho hombres es un acontecimiento que conmociona a la humanidad. La victoria definitiva sobre la muerte y el paso abierto a la eternidad del Reino han transformado el sentido de la vida de los hombres.

Pero que este Dios esté presente a cada instante, que el signo de esta presencia sea una comida compartida en la que él mismo es el alimento, es el extraordinario colofón de la lógica del amor divino. Dios no se contenta con pasar rápidamente por la tierra de los hombres. Hace de la tierra su reino, y el signo de esta alianza es él mismo constantemente entregado en una comida siempre compartida. La alianza cobra todo su sentido porque cada uno de los implicados en ella aporta algo: Dadles vosotros de comer.

La misión de Cristo no consiste en transformar las piedras en pan, como le sugirió el Tentador en el desierto, sino en recoger nuestras aportaciones, a menudo más pequeñas que los cinco panes y dos peces, para convertirlas en un alimento abundante.

No podemos estar esperando, pasivos y tumbados sin hacer nada, a que el Señor nos alimente. Es necesario que nos dediquemos por fin a ponernos en camino con nuestras alforjas casi vacías. Hemos de aprender a no comer solos, en nuestro rincón, las escasas provisiones de lo mejor que hay en nosotros, sino de llevárselas a Cristo para que las ponga al servicio de los hombres. Entonces, y solo entonces, todos seremos saciados, y también nosotros, viviremos la única vida perfecta: la misma vida de Dios.

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