jueves, 28 de noviembre de 2013

7. Ante la dimensión mundial de los problemas sociales, ¿es posible proponer una única solución y respuesta para todos en todas partes del planeta?



Efectivamente, la dimensión mundial que ha alcanzado la «cuestión social» y la consideración de las múltiples situaciones, ha llevado a la enseñanza social de la Iglesia a asumir, principalmente a partir del Vaticano II, una actitud abierta a la posibilidad de un pluralismo de opciones concretas. Y esta pluralidad se entiende no como un «mal menor», sino como un dato positivo que proviene de la misma naturaleza del mensaje evangélico de la salvación, en cuanto que la Iglesia «en virtud de su misión y naturaleza no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana, ni a sistema alguno político, económico o social» (GS 42).

Ante la inmensa diversidad de situaciones culturales, sociales y económicas que existen en el mundo, la enseñanza social de la Iglesia reconoce la imposibilidad de «pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es este nuestro propósito ni tampoco nuestra misión» (OA 4).

Esto no significa que la Iglesia renuncia a una acción de animación de la realidad social, porque «la misión de la Iglesia no es solo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico» (AA 5). Frente a los nuevos problemas urgentes y complejos, la Iglesia no sigue el camino de un distanciamiento cómodo o del «angelismo». «Si bien no interviene para confirmar con su autoridad una determinada estructura establecida o prefabricada, no se limita, sin embargo, simplemente a recordar unos principios generales. Se desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación» (OA 42).

El Vaticano II y los documentos posteriores rechazan claramente cualquier forma de integrismo. Optan por una acción de animación crítica y utópica. Juan Pablo II declara expresamente: «No corresponde a la Iglesia analizar científicamente las posibles consecuencias de tales cambios en la convivencia humana. Pero la Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos y contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad» (LE 1).

Precisamente al hablar de las opciones concretas introduce el Vaticano II el tema del pluralismo. «Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad juzguen el mismo asunto de distinta manera» (GS 43). Y todavía: «Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política... deben reconocer la legítima pluralidad de opciones temporales y respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ser» (GS 75).

Octogésima adveniens especifica ulteriormente el pluralismo: «En las situaciones concretas y habida cuenta de las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe puede conducir a compromisos diferentes» (OA 50).

En síntesis, se podría afirmar que la doctrina social de la Iglesia ha ido admitiendo progresivamente el pluralismo de la acción social, económica y política de los católicos. Tras las ambigüedades y conflictos iniciales de León XIII y Pío XI, la enseñanza social católica ha cambiado las declaraciones de condena por una aceptación teórica y práctica del diálogo y del pluralismo.

El reconocimiento sereno del carácter positivo del pluralismo implica consecuencias importantes. La primera es la necesidad de que se instaure entre los creyentes una comunión fraterna en la caridad y también «un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común» (GS 43); la segunda, que tanto en la elaboración de la enseñanza social de la Iglesia como en su traducción histórica, están llamados a contribuir con su aportación todos los componentes de la comunidad cristiana según el carisma propio y la distinta función que tienen en el pueblo de Dios; no solo el Magisterio.


Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.

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