Ciertamente, no. Toda la reflexión sobre la naturaleza de la enseñanza de la Iglesia resalta su carácter práctico. Se trata de una reflexión teológica que parte de la experiencia histórica y está orientada a la acción, al compromiso social. No es, pues, simplemente una enseñanza para interpretar la realidad social, sino para transformarla.
Ya Rerum novarum explicó con claridad que la intervención de la Iglesia en la cuestión social no se limita a un enunciado teórico de doctrinas, sino que llega también a directrices para la acción. Pío XI propone la doctrina social como punto de referencia de toda la actividad cristiana en materia social (QA 39). A partir de Mater et magistra este carácter práctico es aún mucho más explícito. Juan XXIII advierte que la credibilidad de la enseñanza social depende de la verificación práctica: «La mejor manera de demostrar la bondad y la eficacia de esta doctrina es probar que puede resolver los problemas sociales del momento» (MM 225). Se afirma, pues, explícitamente una orientación práctica: «Una doctrina social no debe ser materia de mera exposición. Ha de ser, además, objeto de aplicación práctica. Esta norma tiene validez sobre todo cuando se trata de la doctrina social de la Iglesia, cuya luz es la verdad, cuyo fin es la justicia y cuyo impulso primordial es el amor» (MM 226).
Juan Pablo II insiste en esta dimensión práctica y operativa: «Para la Iglesia, el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción» (CA 57). Prueba de ello es el ejemplo de los primeros cristianos y de todos los hombres y las mujeres que a lo largo de los siglos se han comprometido a favor de los necesitados y marginados. Por ello, concluye: «Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras antes que por su coherencia y lógica interna» (CA 57). En la realidad de nuestro tiempo, todo esto se concretiza en «el amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre», expresado en «la promoción de la justicia» (CA 58).
Un aspecto de este carácter práctico de la enseñanza social es la importancia que las encíclicas sociales prestan a los signos de los tiempos, especialmente desde el concilio Vaticano II. Dice Gaudium et spes: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogan-tes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas» (GS 4).
Este deber nace del compromiso de la Iglesia de cooperar con el mundo para establecer un orden social respetuoso de los principios que la Iglesia juzga indispensables a la luz del anuncio de Cristo, como la dignidad humana, la libertad, la vida. Se concretiza en un esfuerzo constante de atención a la realidad histórica, no solo para comprenderla en profundidad, sino también para responder a las provocaciones que propone.
La atención a los signos de los tiempos supone un elemento nuevo que proviene del esfuerzo de un método más inductivo, de la afirmación de la autonomía de las realidades terrenas, del recurso a las ciencias humanas y de la necesidad del compromiso.
En su encíclica social, Benedicto XVI se refiere de forma explícita a los signos de nuestro tiempo, entre los que ocupan un lugar determinante la globalización y la crisis económica. Ante ellos, el Papa afirma la obligación de «revisar nuestros caminos, darnos nuevas reglas y encontrar nuevas formas de compromiso» (CV 21).
Ya Rerum novarum explicó con claridad que la intervención de la Iglesia en la cuestión social no se limita a un enunciado teórico de doctrinas, sino que llega también a directrices para la acción. Pío XI propone la doctrina social como punto de referencia de toda la actividad cristiana en materia social (QA 39). A partir de Mater et magistra este carácter práctico es aún mucho más explícito. Juan XXIII advierte que la credibilidad de la enseñanza social depende de la verificación práctica: «La mejor manera de demostrar la bondad y la eficacia de esta doctrina es probar que puede resolver los problemas sociales del momento» (MM 225). Se afirma, pues, explícitamente una orientación práctica: «Una doctrina social no debe ser materia de mera exposición. Ha de ser, además, objeto de aplicación práctica. Esta norma tiene validez sobre todo cuando se trata de la doctrina social de la Iglesia, cuya luz es la verdad, cuyo fin es la justicia y cuyo impulso primordial es el amor» (MM 226).
Juan Pablo II insiste en esta dimensión práctica y operativa: «Para la Iglesia, el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción» (CA 57). Prueba de ello es el ejemplo de los primeros cristianos y de todos los hombres y las mujeres que a lo largo de los siglos se han comprometido a favor de los necesitados y marginados. Por ello, concluye: «Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras antes que por su coherencia y lógica interna» (CA 57). En la realidad de nuestro tiempo, todo esto se concretiza en «el amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre», expresado en «la promoción de la justicia» (CA 58).
Un aspecto de este carácter práctico de la enseñanza social es la importancia que las encíclicas sociales prestan a los signos de los tiempos, especialmente desde el concilio Vaticano II. Dice Gaudium et spes: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogan-tes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas» (GS 4).
Este deber nace del compromiso de la Iglesia de cooperar con el mundo para establecer un orden social respetuoso de los principios que la Iglesia juzga indispensables a la luz del anuncio de Cristo, como la dignidad humana, la libertad, la vida. Se concretiza en un esfuerzo constante de atención a la realidad histórica, no solo para comprenderla en profundidad, sino también para responder a las provocaciones que propone.
La atención a los signos de los tiempos supone un elemento nuevo que proviene del esfuerzo de un método más inductivo, de la afirmación de la autonomía de las realidades terrenas, del recurso a las ciencias humanas y de la necesidad del compromiso.
En su encíclica social, Benedicto XVI se refiere de forma explícita a los signos de nuestro tiempo, entre los que ocupan un lugar determinante la globalización y la crisis económica. Ante ellos, el Papa afirma la obligación de «revisar nuestros caminos, darnos nuevas reglas y encontrar nuevas formas de compromiso» (CV 21).
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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