domingo, 24 de noviembre de 2013

2. ¿Tiene competencia la Iglesia en el campo socioeconómico?



En un contexto de secularización fácilmente se tiende a negar a la Iglesia la competencia en el campo social, económico o político. Para muchos, la religión es algo que se refiere simplemente al ámbito de lo privado. En realidad, sobre esta cuestión existen dos posturas opuestas y contrarias.

Algunos, ciertamente, no reconocen a la Iglesia ninguna misión en el campo social. Los argumentos y razones que motivan esta postura son muy diversos: ideológicos, políticos y religiosos. Así, por ejemplo, el liberalismo considera que la religión es una actividad estrictamente individual y, por tanto, no debe ejercer ningún influjo sobre las estructuras sociales y económicas; el marxismo clásico convierte la religión en una subestructura sin consistencia propia, que es incluso fuente de alienación humana. Los regímenes absolutistas no admiten tampoco el influjo de la Iglesia en el campo social, al menos que no se deje instrumentalizar por el poder. Y muchos privatizan o superespiritualizan la salvación cristiana y acusan a la Iglesia de abandonar su misión cuando su enseñanza se refiere a algunas situaciones sociales determinadas.

En cambio, otros afirman la tarea social de un modo tan radical que llegan a ofuscar la misión propia e irrenunciable de la Iglesia, que es religiosa y trascendente. Reducen el mensaje cristiano a un mensaje socioeconómico.

Ante estas posturas, diametralmente opuestas, se impone la reflexión. El punto de partida puede ser la consideración de la misión de la Igle-sia. La Iglesia tiene confiada la tarea de manifestar a Cristo y la salvación; y ha de buscar los medios adecuados para anunciar y transmitir esta salvación a todos los hombres. Es precisamente la atención al hombre lo que lleva a la Iglesia a la preocupación social.

Pero existen, además, motivaciones de tipo antropológico, bíblico, eclesiológico. Miran a una comprensión más plena de la solidaridad que une la Iglesia al mundo y se fundan, además, en el descubrimiento de la sociedad y en el carácter político del anuncio cristiano, en una nueva conciencia del pecado social y colectivo, en el poder de las «estructuras de pecado», en es incluso fuente de alienación humana. Los regímenes absolutistas no admiten tampoco el influjo de la Iglesia en el campo social, al menos que no se deje instrumentalizar por el poder. Y muchos privatizan o superespiritualizan la salvación cristiana y acusan a la Iglesia de abandonar su misión cuando su enseñanza se refiere a algunas situaciones sociales determinadas.

En cambio, otros afirman la tarea social de un modo tan radical que llegan a ofuscar la misión propia e irrenunciable de la Iglesia, que es religiosa y trascendente. Reducen el mensaje cristiano a un mensaje socioeconómico.

Ante estas posturas, diametralmente opuestas, se impone la reflexión. El punto de partida puede ser la consideración de la misión de la Igle-sia. La Iglesia tiene confiada la tarea de manifestar a Cristo y la salvación; y ha de buscar los medios adecuados para anunciar y transmitir esta salvación a todos los hombres. Es precisamente la atención al hombre lo que lleva a la Iglesia a la preocupación social.

Pero existen, además, motivaciones de tipo antropológico, bíblico, eclesiológico. Miran a una comprensión más plena de la solidaridad que une la Iglesia al mundo y se fundan, además, en el descubrimiento de la sociedad y en el carácter político del anuncio cristiano, en una nueva conciencia del pecado social y colectivo, en el poder de las «estructuras de pecado», en la dimensión social de la conversión cristiana y del mandamiento de la caridad.

Todas estas razones indican una motivación más profunda: el descubrimiento de la relación entre fe y praxis social. Si la Iglesia puede justificar su autoridad en el campo socioeconómico es porque este ámbito forma parte de su misión de salvación. La fe cristiana que predica está en relación íntima con la praxis social, porque la salvación realizada por Cristo, que la Iglesia debe continuar, es una realidad pública y social.

Por otra parte, la salvación no es extraña a la actividad social del hombre. El hombre no está llamado a dos fines últimos diferentes: uno inmanente al obrar humano (ser feliz, realizarse, etc.) y otro sobrenatural (la salvación en Cristo). No existe más que un único fin, porque el segundo pasa necesariamente por el primero, lo asume y lo prolonga. Por consiguiente, si la Iglesia es competente para anunciar el fin último del hombre, tiene también la competencia para proponer los medios necesarios para realizarlo. De manera sintética, se puede decir que los motivos y las razones principales que fundamentan la intervención eclesial y la existencia de la doctrina social de la Iglesia se pueden resumir en los siguientes: el vínculo que existe entre evangelización y promoción humana, el carácter moral esencial de la vida social organizada, la necesidad de los principios morales y sociales para la paz, el influjo de las condiciones sociales en la vida espiritual y moral de los hombres, la experiencia humana de la Iglesia y su dedicación al hombre.

La presencia del magisterio de la Iglesia en el campo social es un hecho histórico. La jerarquía eclesiástica ha reivindicado siempre el derecho-deber de intervención en el campo social, a pesar de afirmar, de un modo inequívoco, que su misión es esencialmente sobrenatural. Existe en ella la convicción de poseer esta competencia doctrinal en las cuestiones sociales, que se relacionan con la fe y la moral. Así lo demuestran las frecuentes declaraciones de los Papas y obispos en los últimos siglos: reconocen y afirman la autonomía de las realidades sociales, pero afirman al mismo tiempo la propia competencia y el derecho a enseñar la doctrina social en orden al bien y a la salvación de los hombres.

Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.

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