La aportación de Juan Pablo II a la doctrina social de la Iglesia no se detiene en Laborem exercens. Si con ella celebra el 90 aniversario de Rerum novarum, el papa Wojtyla quiere recordar también la encíclica Populorum progressio de Pablo VI. Por medio de Solicitudo reí socialis, quiso celebrar el vigésimo aniversario de la encíclica de su predecesor sobre el desarrollo de los pueblos.
La nueva encíclica consta de cinco grandes capítulos, precedidos de una introducción y seguidos de una conclusión. Después de la breve introducción, destaca las aportaciones fundamentales de Populorum progressio, hace un análisis de la situación social propia del final de la década de los ochenta, reflexiona sobre el significado auténtico del desarrollo humano y sobre algunos problemas modernos, para terminar con algunas orientaciones particulares.
El punto de partida es la reflexión sobre la realidad social que se vive en los años ochenta, muy distinta de la situación en que se promulgó la encíclica de Pablo VI. Juan Pablo II destaca que la esperanza de desarrollo que se vivía en los años sesenta aparece ya muy alejada de la realidad. Se ha desvanecido el optimismo económico de aquellos años. Impera una impresión mucho más negativa, un desencanto profundo.
El primer signo indicador de esta situación es «la multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria». Se ha ensanchado el abismo entre los pueblos desarrollados y subdesarrollados, afirma el Papa, y se está comprometiendo seriamente la misma unidad del género humano. Otros indicadores sociales del momento son: el fenómeno del desempleo y subempleo, la interdependencia existente entre los países desarrollados y subdesarrollados que conlleva la debatida cuestión de la deuda internacional, el analfabetismo, la imposibilidad de acceder a niveles superiores de instrucción, de participar en la construcción de la propia nación, la explotación y opresión de la persona y de sus derechos, las discriminaciones de todo tipo.
La realidad es que crece la pobreza y se están dando y generando muchas formas de pobreza. El documento analiza también las causas de esta situación negativa, que son muchas y muy complejas. Pero se detiene particularmente en las causas políticas, analizando en profundidad la existencia y fuerte contraposición entonces vigente entre los dos bloques: este-oeste (oriente-occidente). Según el Papa, esta tensión origina también el estancamiento y retraso del sur.
El centro de todo el documento lo constituye la reflexión sobre el auténtico sentido del desarrollo. Para Juan Pablo II, tiene una ineludible dimensión ética; no puede reducirse a un problema técnico. Afecta a la dignidad de las personas y de los pueblos. Una visión puramente economicista del desarrollo es parcial y no atiende a la totalidad del ser humano. Abarca a todo el hombre y está al servicio de la personalidad. Es el proceso de valorización humana de las personas y de las sociedades que orienta a la maduración integral. El parámetro que mide su significado es la naturaleza específica del hombre, imagen y semejanza de Dios.
Desde esta perspectiva, hace una lectura teológica de los problemas modernos. Subraya, especialmente, el sometimiento del mundo actual a estructuras de pecado. Para el Papa, no se puede llegar a una comprensión profunda de la realidad en que vivimos, si no se llega a la raíz de los males, que es el pecado de los hombres. La encíclica formula una denuncia enérgica contra el escándalo de los contrastes entre hiperdesarrollo y subdesarrollo.
El camino que se debe seguir es el camino de la conversión. El Papa alude, principalmente, a la conciencia creciente de la interdependencia entre los hombres y las naciones. Y propone como exigencia moral, el valor de la solidaridad, entendida como «determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos». Realmente, el mensaje principal de este documento es la llamada a la solidaridad, dirigida por igual a creyentes y a quienes no lo son.
Desde esta exigencia de solidaridad responsable, la encíclica señala algunas orientaciones éticas: la opción o amor preferencial por los pobres, la función social de la propiedad, la reforma del sistema internacional de comercio, del sistema monetario y financiero mundial, el intercambio de tecnologías, la revisión de la estructura de las organizaciones internacionales, y la iniciativa de los mismos países subdesarrollados.
Sollicitudo reí socialis representa una denuncia muy fuerte a la falta de conciencia social que existe entre tantos católicos. Se trata de una denuncia que es, asimismo, compromiso por una sociedad más justa y más humana, por un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.
La nueva encíclica consta de cinco grandes capítulos, precedidos de una introducción y seguidos de una conclusión. Después de la breve introducción, destaca las aportaciones fundamentales de Populorum progressio, hace un análisis de la situación social propia del final de la década de los ochenta, reflexiona sobre el significado auténtico del desarrollo humano y sobre algunos problemas modernos, para terminar con algunas orientaciones particulares.
El punto de partida es la reflexión sobre la realidad social que se vive en los años ochenta, muy distinta de la situación en que se promulgó la encíclica de Pablo VI. Juan Pablo II destaca que la esperanza de desarrollo que se vivía en los años sesenta aparece ya muy alejada de la realidad. Se ha desvanecido el optimismo económico de aquellos años. Impera una impresión mucho más negativa, un desencanto profundo.
El primer signo indicador de esta situación es «la multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria». Se ha ensanchado el abismo entre los pueblos desarrollados y subdesarrollados, afirma el Papa, y se está comprometiendo seriamente la misma unidad del género humano. Otros indicadores sociales del momento son: el fenómeno del desempleo y subempleo, la interdependencia existente entre los países desarrollados y subdesarrollados que conlleva la debatida cuestión de la deuda internacional, el analfabetismo, la imposibilidad de acceder a niveles superiores de instrucción, de participar en la construcción de la propia nación, la explotación y opresión de la persona y de sus derechos, las discriminaciones de todo tipo.
La realidad es que crece la pobreza y se están dando y generando muchas formas de pobreza. El documento analiza también las causas de esta situación negativa, que son muchas y muy complejas. Pero se detiene particularmente en las causas políticas, analizando en profundidad la existencia y fuerte contraposición entonces vigente entre los dos bloques: este-oeste (oriente-occidente). Según el Papa, esta tensión origina también el estancamiento y retraso del sur.
El centro de todo el documento lo constituye la reflexión sobre el auténtico sentido del desarrollo. Para Juan Pablo II, tiene una ineludible dimensión ética; no puede reducirse a un problema técnico. Afecta a la dignidad de las personas y de los pueblos. Una visión puramente economicista del desarrollo es parcial y no atiende a la totalidad del ser humano. Abarca a todo el hombre y está al servicio de la personalidad. Es el proceso de valorización humana de las personas y de las sociedades que orienta a la maduración integral. El parámetro que mide su significado es la naturaleza específica del hombre, imagen y semejanza de Dios.
Desde esta perspectiva, hace una lectura teológica de los problemas modernos. Subraya, especialmente, el sometimiento del mundo actual a estructuras de pecado. Para el Papa, no se puede llegar a una comprensión profunda de la realidad en que vivimos, si no se llega a la raíz de los males, que es el pecado de los hombres. La encíclica formula una denuncia enérgica contra el escándalo de los contrastes entre hiperdesarrollo y subdesarrollo.
El camino que se debe seguir es el camino de la conversión. El Papa alude, principalmente, a la conciencia creciente de la interdependencia entre los hombres y las naciones. Y propone como exigencia moral, el valor de la solidaridad, entendida como «determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos». Realmente, el mensaje principal de este documento es la llamada a la solidaridad, dirigida por igual a creyentes y a quienes no lo son.
Desde esta exigencia de solidaridad responsable, la encíclica señala algunas orientaciones éticas: la opción o amor preferencial por los pobres, la función social de la propiedad, la reforma del sistema internacional de comercio, del sistema monetario y financiero mundial, el intercambio de tecnologías, la revisión de la estructura de las organizaciones internacionales, y la iniciativa de los mismos países subdesarrollados.
Sollicitudo reí socialis representa una denuncia muy fuerte a la falta de conciencia social que existe entre tantos católicos. Se trata de una denuncia que es, asimismo, compromiso por una sociedad más justa y más humana, por un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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