sábado, 30 de noviembre de 2013

17. ¿Cuál es la aportación de Juan Pablo II a la doctrina social de la Iglesia?



El pensamiento social de Juan Pablo II es amplio y muy importante. En primer lugar, para conmemorar el 90 aniversario de la encíclica Rerum novarum, publica en 1981, Laborem exercens, en la que aparecen muchas de las cuestiones tratadas en los anteriores documentos de la doctrina social de la Iglesia, pero integradas ahora en un nuevo contexto social y con nuevos enfoques y planteamientos. La sociedad se encuentra inmersa en la crisis económica de los años setenta y el paro comienza a verse como un fenómeno de carácter no transitorio, sino permanente y estructural.

En Laborem exercens, Juan Pablo II ofrece la visión cristiana del trabajo y recoge en torno a este tema «quizá la clave esencial de toda la cuestión social», una sistematización de toda la enseñanza social de la Iglesia.

Uno de los puntos importantes y sugerentes de esta primera encíclica social de Juan Pablo II es la afirmación del sentido subjetivo del trabajo: «Como persona, el hombre es sujeto del trabajo». Ello condiciona la esencia ética del mismo trabajo. Las fuentes de la dignidad del trabajo y su valor moral están vinculados directamente al hecho de que quien lo realiza es una persona. La dignidad del trabajo no está tanto en su dimensión objetiva (lo que el hombre hace), cuanto en su dimensión subjetiva.

En el pensamiento pontificio, estas afirmaciones hay que contraponerlas a la realidad y a las diversas corrientes del pensamiento materialista y economicista, que entienden el trabajo como una especie de mercancía que el trabajador vende al empresario, o como una fuerza anónima necesaria para la producción. Se da así una inversión de valores: el hombre es considerado como un instrumento de producción, mientras debe ser tratado como sujeto eficiente y creador.

El trabajo es un bien del hombre que expresa y aumenta su dignidad y no puede usarse contra el hombre. No puede hacerse de él un medio de opresión, de degradación o de menoscabo de su dignidad.

Frente al conflicto entre capital y trabajo, presente tanto en el liberalismo como en el marxismo, el Papa enseña como criterio ético fundamental: «La prioridad del trabajo frente al capital». El trabajo es causa eficiente primaria; el capital, en cuanto conjunto de los medios de producción, es solo instrumento. Y todos los medios de producción han sido gradualmente elaborados por el hombre. Todo cuanto sirve al trabajo es fruto del trabajo.

Por consiguiente, no se puede separar el capital del trabajo. Por tanto, será justo aquel sistema que «supera la antinomia entre trabajo y capital», que reconoce la prioridad y subjetividad del trabajo humano. En la separación y contraposición entre trabajo y capital hay un error que el Papa llama «error del economismo», que consiste en la consideración exclusiva del trabajo según una finalidad económica. Esto implica la convicción de la primacía de lo material y la subordinación espiritual. Este materialismo constituye la esencia del economismo capitalista y también del marxismo.

En este contexto de conflicto entre trabajo y capital sitúa la encíclica el problema de la propiedad. Reafirma la doctrina de la tradición cristiana, que ha entendido el derecho a la propiedad no como algo absoluto e intocable, sino en el contexto del derecho común de todos a usar los bienes de la creación; derecho a la propiedad privada subordinado al uso común, al derecho universal de los bienes. La propiedad se ad-quiere mediante el trabajo y para que sirva al trabajo. Por ello, «sigue siendo inaceptable la postura del capitalismo rígido que defiende el derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción como un dogma intocable de la vida económica». El Papa aboga por la copropiedad de los medios de producción, por la participación de los trabajadores en la gestión y los beneficios de la empresa. Y declara que no se debe descartar la socialización de ciertos medios de producción.

La encíclica dedica una parte importante a desarrollar los derechos de los hombres del trabajo. Se refiere, ante todo, al mismo derecho al trabajo: derecho de encontrar un empleo adecuado y, consiguientemente, al problema del paro, que, según Juan Pablo II, constituye lo contrario de una situación justa.

Del trabajo surgen, además, otros derechos, como el derecho al salario justo y a otras prestaciones sociales (atención a la salud, descanso, derecho a la pensión) o el derecho a asociarse y sindicarse. Para el Papa, los sindicatos «son protagonistas de la lucha por la justicia social», en su esfuerzo por asegurar los derechos de los trabajadores. Pero su cometido no es hacer política; no tienen carácter de partidos políticos que luchan por el poder y «no deberían ser sometidos a las decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos».

Se refiere también la encíclica al grave problema de la emigración y pone finalmente las bases de una espiritualidad del trabajo para ayudar a los hombres a acercarse a Dios por medio de su trabajo.


Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.

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