Además de la encíclica Populorum progressio, Pablo VI publicó en el año 1971, para conmemorar el 80 aniversario de Rerum novarum, la carta apostólica Octogésima adveniens. Este importante texto supone la confirmación de la novedad y apertura de los documentos pontificios de los años sesenta. Aun sin tener el carácter de encíclica, tanto la novedad de su contenido como su extensión y significación histórica acreditan su alto valor. Tiene un carácter práctico. El núcleo esencial es el pluralismo de opciones de los católicos en la vida política.
Está estructurada en cuatro partes. Las dos primeras son un breve pero profundo análisis de la realidad social a dos niveles: el nivel de los hechos, es decir, de los nuevos problemas sociales de nuestra época, y el nivel de teorías, o sea, de las nuevas ideologías y aspiraciones del hombre de hoy. Las dos últimas constituyen una toma de postura de la Iglesia ante estos nuevos problemas y un llamamiento al compromiso del cristiano en la acción, desde un pluralismo de formas y opciones políticas.
Entre los nuevos problemas sociales, Pablo VI se refiere a la urbanización, al puesto de la mujer en la sociedad, al derecho al trabajo y al justo salario, sindicatos, huelga (reconocida como medio último), la emigración, la necesidad de crear puestos de trabajo, los medios de comunicación social, el medio ambiente.
En la segunda parte, constata otros fenómenos ideológicos que caracterizan nuestra época: los progresos en la definición de los derechos del hombre, el tipo de sociedad democrática, que conlleva la aspiración a la igualdad y participación de todos en la vida social, la asunción de los derechos y deberes de cada uno.
En este punto, el Papa hace unas precisiones importantes: «El cristiano que quiere vivir su fe en una opción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradicciones a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No le es lícito, por tanto, favorecer la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de la violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder» (n. 26). La fe cristiana supera las ideologías. Un peligro de todas ellas es que lleguen a tomar un carácter «totalitario y obligatorio».
Hace además una distinción significativa entre las doctrinas e ideologías que «una vez fijadas y formuladas, no cambian más» y la práctica social de estas doctrinas, que evoluciona al ritmo de la historia, pudiendo constituir prácticas válidas de transformación social. En este sentido, Pablo VI constata el atractivo creciente del socialismo en muchos cristianos que quieren convertirlo en su opción. Invita a un atento discernimiento sobre el tipo de socialismo concreto. Y con respecto al marxismo, a pesar de las necesarias distinciones entre ideología, praxis o método científico de transformación de la realidad, afirma que «es ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este proceso» (n. 34).
También la ideología liberal requiere por parte del cristiano un examen previo, ya que no son criterios de la actividad social, la eficacia económica como fin último, ni la autonomía del individuo entendida como autonomía de sus responsabilidades sociales.
Por otra parte asistimos a una crisis de las ideologías y a un renacimiento de las utopías. Estas son con frecuencia pretexto para rehuir las tareas concretas y refugiarse en lo imaginario. También asistimos al resurgir de las ciencias humanas, con un peligro de reduccionismo científico y de manipulación del hombre. El progreso es ambiguo y cuando es incontrolado puede destruir al hombre. Lo verdaderamente significativo de un progreso humano se sitúa en lo cualitativo y no en lo cuantitativo.
La tercera parte sitúa a los cristianos frente a los nuevos problemas. Pablo VI realiza un doble llamamiento: a una justicia mayor y a un cambio de los corazones y de las estructuras. La actividad económica debe estar bajo el gobierno del poder político, a quien corresponde la decisión última sobre cuestiones sociales y económicas, respetando las legítimas libertades de individuos, familias y grupos, y promoviendo su responsabilidad en la consecución del bien común. Y es en este campo de la política donde el cristiano debe servir a los demás. Todos los cristianos tienen que tomar conciencia de la necesidad de una mayor participación en las decisiones y responsabilidades sociales y políticas.
Finalmente, el Papa hace un llamamiento al compromiso de cada cristiano en la acción política y social desde el pluralismo de praxis concretas: «No basta recordar principios generales, manifestar proposiciones, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva». En esta acción concreta cabe un pluralismo de opciones. Cada cristiano debe respetar la opción de los demás. «Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes».
Está estructurada en cuatro partes. Las dos primeras son un breve pero profundo análisis de la realidad social a dos niveles: el nivel de los hechos, es decir, de los nuevos problemas sociales de nuestra época, y el nivel de teorías, o sea, de las nuevas ideologías y aspiraciones del hombre de hoy. Las dos últimas constituyen una toma de postura de la Iglesia ante estos nuevos problemas y un llamamiento al compromiso del cristiano en la acción, desde un pluralismo de formas y opciones políticas.
Entre los nuevos problemas sociales, Pablo VI se refiere a la urbanización, al puesto de la mujer en la sociedad, al derecho al trabajo y al justo salario, sindicatos, huelga (reconocida como medio último), la emigración, la necesidad de crear puestos de trabajo, los medios de comunicación social, el medio ambiente.
En la segunda parte, constata otros fenómenos ideológicos que caracterizan nuestra época: los progresos en la definición de los derechos del hombre, el tipo de sociedad democrática, que conlleva la aspiración a la igualdad y participación de todos en la vida social, la asunción de los derechos y deberes de cada uno.
En este punto, el Papa hace unas precisiones importantes: «El cristiano que quiere vivir su fe en una opción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradicciones a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. No le es lícito, por tanto, favorecer la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de la violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder» (n. 26). La fe cristiana supera las ideologías. Un peligro de todas ellas es que lleguen a tomar un carácter «totalitario y obligatorio».
Hace además una distinción significativa entre las doctrinas e ideologías que «una vez fijadas y formuladas, no cambian más» y la práctica social de estas doctrinas, que evoluciona al ritmo de la historia, pudiendo constituir prácticas válidas de transformación social. En este sentido, Pablo VI constata el atractivo creciente del socialismo en muchos cristianos que quieren convertirlo en su opción. Invita a un atento discernimiento sobre el tipo de socialismo concreto. Y con respecto al marxismo, a pesar de las necesarias distinciones entre ideología, praxis o método científico de transformación de la realidad, afirma que «es ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este proceso» (n. 34).
También la ideología liberal requiere por parte del cristiano un examen previo, ya que no son criterios de la actividad social, la eficacia económica como fin último, ni la autonomía del individuo entendida como autonomía de sus responsabilidades sociales.
Por otra parte asistimos a una crisis de las ideologías y a un renacimiento de las utopías. Estas son con frecuencia pretexto para rehuir las tareas concretas y refugiarse en lo imaginario. También asistimos al resurgir de las ciencias humanas, con un peligro de reduccionismo científico y de manipulación del hombre. El progreso es ambiguo y cuando es incontrolado puede destruir al hombre. Lo verdaderamente significativo de un progreso humano se sitúa en lo cualitativo y no en lo cuantitativo.
La tercera parte sitúa a los cristianos frente a los nuevos problemas. Pablo VI realiza un doble llamamiento: a una justicia mayor y a un cambio de los corazones y de las estructuras. La actividad económica debe estar bajo el gobierno del poder político, a quien corresponde la decisión última sobre cuestiones sociales y económicas, respetando las legítimas libertades de individuos, familias y grupos, y promoviendo su responsabilidad en la consecución del bien común. Y es en este campo de la política donde el cristiano debe servir a los demás. Todos los cristianos tienen que tomar conciencia de la necesidad de una mayor participación en las decisiones y responsabilidades sociales y políticas.
Finalmente, el Papa hace un llamamiento al compromiso de cada cristiano en la acción política y social desde el pluralismo de praxis concretas: «No basta recordar principios generales, manifestar proposiciones, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva». En esta acción concreta cabe un pluralismo de opciones. Cada cristiano debe respetar la opción de los demás. «Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes».
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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