Este verano he cambiado de casa
y, según mi costumbre, rastreo la Biblia buscando gente que también pasó por
mudanzas y traslados. Abraham y Sara
fueron los primeros y más tarde David que, después de pasar bastante tiempo sin domicilio
fijo, se instaló al final en un palacete en Jerusalén aunque eso le perdió:
tenía azotea y desde allí, al levantase un día de la siesta, vio a su vecina
Betsabé que se estaba bañando en la suya y las cosas se liaron un poco.
En nuestra nueva casa también hay
azotea pero es para tender la ropa y sólo nos ven los de los áticos vecinos;
por suerte tienen las plantas que es una
hermosura y nos alegran bastante la vista del puro ladrillo.
Enfrente de nuestra nueva
vivienda hay un local comercial okupado por un hombre y una mujer ya mayores que han puesto una cortina y una madera como
puerta: así de precarios, pienso, debieron vivir los israelitas cuando acampaban en tiendas en
el desierto. En la esquina de al lado hay un
“Centro de atención integral al mayor”, pero dudo
mucho que nuestros vecinos okupas vayan a ser incluidos en sus programas de
atención.
El traslado de cachivaches a la
nueva casa ha resultado un poco fastidioso pero peor debió ser lo del éxodo: Jacob
había dejado en su testamento una cláusula pidiendo a sus descendientes que
sacaran de Egipto sus huesos, así que tuvieron
que acarrear el sarcófago con los restos del abuelo. Nosotras nos quejamos de
vicio porque no hemos tenido que
transportar los huesos de ninguna antepasada.
Salgo a explorar los valles y
colinas del barrio: apenas hay aborígenes y dominan los filisteos,
edomitas, amalecitas, perezeos y
jebuseos. Entro en la tienda de un chino que tiene puesto a Manolo
Escobar. “- Que se me pegue la lengua al
paladar si me olvido de ti, Sichuan…”, pienso que piensa el chino. Claro que
quizá no es de Sichuan sino de Jiangxi, no he conseguido distinguirlo por el
acento.
Una vez instalada en la casa, acometo
con energía los ejercicios de logopedia con los que estimulo mis maltrechas
cuerdas vocales, confieso que me haría ilusión que los vecinos creyeran que soy
cantante. Lo malo es que también tengo
que cantar en monodia algunos trabalenguas como éste:
silagallinanofueraéticapoéticapardagallardadelpicopicotudolospollitosnoseríanéticospoéticospardosgallardos
delpicopicotudo.
“-¿Cantante, dices?” (imagino la reacción del vecindario), “más
bien una chiflada me parece a mí…”
Vuelvo a la Biblia: me conforta
el recuerdo de Elías que pasó por muchos traslados forzosos: que si vete a
vivir junto al torrente Kerit, que si ahora a Sarepta a casa de la viuda, que
si al desierto, que si a una cueva del Horeb… Al final debía estar tan cansado
que el Señor mandó a recogerle un vehículo de la empresa Carrosdefuego S.A.
Pienso que algún día vendrá también
a recogerme a mí según su aviso: “Me voy a prepararos lugar, volveré y os llevaré conmigo para que donde
esté yo, estéis también vosotros”. No
tengo mucha idea de cómo será ese domicilio definitivo pero del Transportista tengo
buenísimas referencias.
Dolores Aleixandre (Alandar, Octubre 2013)
Un buen articulo para algo que comienza nuevo.
ResponderEliminarSin duda deberiamos desinstalarnos mas veces al dia ,al mes,al año...en la vida para recuperar la capacidad de ver lo que tenemos a nuestro alrededor.
Cada dia estoy mas convencida de que con el tiempo nos apoltrnamos en el sofá y a ver tele o facebook y nos olvidamos de todo...incluso de nosotros mismos y nuestras rehabilitaciones personales.
HAY QUE CAMBIAR,HAY QUE VIVIR!!!