Crisis y pobreza siempre han ido cogidas de la mano y, esta vez, no está siendo distinto. La recesión que empezó en 2008 está afectando los estándares de vida del conjunto de la población. Las consecuencias, sin embargo, son muy distintas en función del grupo social. ¿Quién es más vulnerable a ser pobre? ¿Cuáles son las personas que han visto empeorar su situación en estos últimos años? ¿Varía la radiografía según la definición de pobreza? Ir más allá de las típicas variables macroeconómicas resulta imprescindible para entender las consecuencias últimas del entorno actual.
Según la encuesta de condiciones de vida, en 2011, el 21,8% de la población española estaba en riesgo de pobreza, una tasa 2,8 puntos porcentuales superior al registro promedio del decenio anterior a la crisis (1). Detrás de este leve incremento se oculta una notable disparidad entre los distintos colectivos. Por su incapacidad de abastecerse por sí mismos, las personas de más edad y la población infantil son los más vulnerables. Con todo, entre 2007 y 2011, el índice de pobreza del colectivo de más edad retrocedió más de ocho puntos porcentuales, hasta el 21,8%. Este dato sugiere que las personas más longevas estarían capeando los efectos negativos de la crisis gracias, en gran medida, a la función redistributiva del estado del bienestar. Efectivamente, la situación de los mayores de 65 años depende del buen funcionamiento del sistema de pensiones, con una incidencia menor entre aquellos que perciben una pensión: un 16,9% vivía en riesgo de pobreza en 2011, un valor próximo a la media de la UE-27, del 14,8%.
Y si bien los de mayor edad están resistiendo el embate de la crisis, no han tenido la misma suerte sus nietos: la tasa de riesgo de pobreza de la población menor de 18 años ha aumentado entre 2007 y 2011 más de cuatro puntos porcentuales, hasta el 28,6%. Aunque los índices de riesgo de pobreza, en general, tienden a ser más altos para este grupo de edad (20,9% para el promedio de la UE-27), las diferencias intergeneracionales no son tan amplias en otros países europeos como en España (véase tabla siguiente). Analizando las causas del problema, se observa que la tasa de riesgo de pobreza infantil está íntimamente ligada con la situación laboral del hogar. Concretamente, en los hogares en los que los adultos están empleados, esta se sitúa en el 9,5%, mientras que en aquellos hogares en los que los adultos han trabajado menos del 20% de su potencial, dicha tasa alcanza el 78,2%.
La fragilidad de la población infantil, a parte de su obvia incapacidad de valerse por sí misma, radica en las consecuencias que vivir en riesgo de pobreza puede tener a lo largo de su vida. En los países desarrollados, en general, la población infantil no pasa hambre, pero aquellos niños en riesgo de pobreza tienen una probabilidad mayor de estar malnutridos, por ejemplo, con una dieta con un elevado contenido de azúcares, lo que aumenta el riesgo de sobrepeso en la vida adulta (2). También son varios los estudios que muestran una fuerte asociación entre crecer en un hogar sin recursos y el desarrollo de problemas cognitivos y mentales (3). Por lo que a la educación se refiere, esta está prácticamente garantizada de forma universal, pero ello no quiere decir que todos sean capaces de extraerle el mismo rendimiento. Los niños en situación de riesgo de pobreza tienen más dificultades para afrontar los gastos derivados de ella (4), una mayor probabilidad de dejar antes los estudios y un acceso más dificultoso alos grados medios o superiores (5).
A ello cabe añadir que el nivel de formación tiene una relación directa con la ratio de pobreza. Tal y como cabría esperar, los estudios «protegen» contra la miseria: la tasa de riesgo de pobreza escala hasta el 28,8% para aquellos individuos que han cursado como máximo la educación obligatoria, mientras que para aquellos con estudios superiores la ratio es del 10,4%.
Vistas las graves consecuencias de la pobreza para la población infantil, la situación en España parece todavía más preocupante. Sin embargo, existe un indicador que ofrece algo de esperanza: el índice de privación severa de necesidades básicas elaborado por Eurostat. En vez de centrarse en cuestiones monetarias, este índice intenta capturar el porcentaje de la población que no tiene acceso a una cesta de productos de primera necesidad(6). En este caso, y centrándonos en la población infantil, el porcentaje de ella que no tiene bien cubiertas sus necesidades básicas es del 4,2%, una ratio muy inferior al 10,0% promedio de la UE-27.
Otro aspecto relevante por lo que respecta a la pobreza de los más pequeños son las perspectivas, más o menos favorables, que puedan tener de escapar de este estado a lo largo de su vida, es decir, el grado de movilidad intergeneracional. Según el módulo especial «Transmisión intergeneracional de la pobreza y el bienestar» de 2011 del INE, una condición poco favorable en la adolescencia es muy probable que se mantenga durante la vida adulta. Así, el 29,0% de las personas que cuando eran adolescentes pertenecían a hogares que llegaban a fin de mes con dificultad se encontraba en riesgo de pobreza. En el caso de adultos que crecieron en hogares sin problemas de este tipo el porcentaje se reduce al 13,5%.
En definitiva, la recesión está poniendo en aprietos a un porcentaje cada vez mayor de la población. Ello es especialmente preocupante para la población infantil, que aparece como uno de los colectivos más expuestos al aumento de la pobreza. Aunque es cierto que en España las necesidades básicas parecen estar bien cubiertas, la vulnerabilidad de dicho colectivo obliga a seguir trabajando sin tregua para revertir, cuanto antes, esta situación.
Este recuadro ha sido elaborado por Maria Gutiérrez-Domènech
Departamento de Economía Europea, Área de Estudios y Análisis Económico, ”la Caixa”
NOTAS
(1) La población en riesgo de pobreza es aquella que tiene unos ingresos equivalentes por persona inferiores al 60% de la mediana. Para una descripción más detallada del indicador véase el recuadro «Las distintas caras de la pobreza» en este volumen.
(2) Véase Bradshaw, J., Hoelscher, P. and Richardson, D. (2006), «An Index of Child Well-being in the European Union». York: University of York, Social Policy Research Unit.
(3) Véase Gregg, P., Susan Harkness, S. y Machin, S. (1999), «Child Poverty and its Consequences», JRF y HM Treasury (2008), «Ending Child Poverty: Everybody’s Business».
(4) Véase Prentice, S. (2007), «Less Access, Worse Quality: New Evidence about Poor Children and Regulated Child Care in Canada», Journal of Children and Poverty, Vol. 13, No. 1, pp. 57-73.
(5) Véase Hernandez, D. J. (2011), «Double Jeopardy. How Third-Grade Reading Skills and Poverty Influence High School Graduation». City University of New York. The Annie E. Casey Foundation.
(6) Véase recuadro «Las distintas caras de la pobreza» publicado en este blog para una explicación detallada.
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