Buscando la esencia |
Evangelio del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
El evangelio de este domingo es verdaderamente insólito, está lleno de predicciones amenazadoras y se nos escapa, un poco, a nuestra compresión. Esto se debe a que Marcos está usando un género literario llamado apocalíptico que significa "destapar lo escondido" o "descorrer el velo", es decir, revelación; pero si nos sobreponemos a esta manera de narrar podemos descubrir que, en el fondo, se trata de una confesión de fe, una de las más sintéticas, que aclamamos en todas las Eucaristías tras la consagración: ¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús!
Con fe humilde pero firme los cristianos proclamamos que Jesucristo, a partir de su propia experiencia de su resurrección y ascensión a los cielos, es el destino último del mundo y de la humanidad. Nuestra vida no termina en un vacío inútil sino en el abrazo del Señor de la ternura y de la misericordia en el cielo. Conviene, entonces, adoptar una actitud permanente de esperanza y de confianza en el Señor. Esta esperanza, sin embargo, no es un alarde futurista para estar con los brazos cruzados sino, por el contrario, debemos construirla en nuestro diario caminar, en el presente.
La construcción del Reino nos corresponde a cada uno porque el final está ya aquí y ahora. No hay otra cosa que esperar la culminación de lo que hemos comenzado a vivir: Lo importante es vivir desde el exceso la fraternidad y el amor, trabajar para hacer el mundo más humano a los ojos de Dios, encontrar estímulos permanentes para dar sentido de totalidad a nuestra vida, ejercitarnos en labores de espíritu de servicio, mirar el futuro con ojos nuevos, renovar nuestra mente y espíritu, descubrir el lado trascendente de la vida... Así, de esta forma, adelantamos la plenitud del Reino en nuestro propio presente.
En cada Eucaristía anunciamos la muerte y la resurrección de Jesús hasta que Él venga. Anunciamos y vivimos que en medio de la historia está el sentido de lo que hacemos a pesar de que nos cueste aceptar y convivir con la muerte, la destrucción, la limitación y el mal. Compartimos que esta vida terrena tiene el sentido de la esperanza que esperamos culminar y plenificar en la Vida definitiva, cuando nos encontremos con el abrazo misericordioso de Dios.
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