Entre las encíclicas publicadas por Benedicto XVI tiene gran importancia Caritas in verítate, que es ciertamente una encíclica social. Está fechada el 29 de junio de 2009 y fue concebida por el Santo Padre para conmemorar el cuarenta aniversario de la encíclica Populorum progressio, publicada en 1967. El estallido de la crisis económica que nos envuelve retrasa su publicación y proporciona al Papa la oportunidad de ofrecer también una reflexión moral en torno a la situación económica actual.
Partiendo del tema del desarrollo humano integral, al que se refirió Pablo VI, la nueva encíclica amplía la reflexión y aborda nuevas cuestiones. Se refiere, por ejemplo, a los derechos fundamentales de la vida y de la libertad religiosa, situados y vinculados en relación íntima con el verdadero desarrollo humano; afronta de manera orgánica la cuestión del ambiente; y, sobre todo, se detiene en señalar los factores estructurales de la actual crisis económica y en fundamentar la reflexión ética.
Benedicto XVI orienta el pensamiento de la encíclica desde la perspectiva de la caridad y la verdad. Para el Papa, la caridad constituye la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Pero, consciente de la pérdida de sentido y de las desviaciones que ha sufrido y sufre la caridad, afirma que se ha de entender, valorar y practicar a la luz de la verdad. En realidad, «caridad en la verdad» es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, que no es otra cosa que el anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Este principio adquiere forma operativa y se expresa en algunos criterios orientadores, como la justicia y el bien común, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización. La justicia es el primer camino de la caridad; y desear y esforzarse por el bien común es exigencia de justicia y de caridad.
Son los criterios que orientan el logro del verdadero desarrollo. El Papa muestra una visión articulada del desarrollo. El término indica, ante todo, el objetivo de que los pueblos salgan del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas, el analfabetismo. Socialmente propicia la evolución hacia sociedades solidarias, hacia la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar libertad y paz.
Pero el Papa, de forma realista, reconoce que el desarrollo económico y social ha estado y está aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto. Constata cómo mientras crece la riqueza mundial, siguen aumentando las desigualdades y nuevas formas de pobreza.
De manera muy concreta se refiere a algunas de las actuales distorsiones del desarrollo: una actividad financiera orientada en buena parte por la especulación; los flujos migratorios frecuentemente provocados y no gestionados adecuadamente; la explotación desmedida de los recursos de la tierra; desregulación laboral generalizada. De manera especial, el Papa hace una llamada urgente a remediar el acuciante problema del hambre que «causa todavía mu-chas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón». Es necesario, pues, que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos sin distinciones ni discriminaciones.
Todas estas desviaciones exigen una profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines y una revisión con amplitud de miras sobre el modelo de desarrollo. Según Benedicto XVI, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; y no simplemente de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona. Es decir, una ética que sitúe a la persona en el centro del desarrollo y como guía en las intervenciones de cooperación.
La actividad económica es una actividad humana y social. Por ello, las acciones e instituciones, por ejemplo, el mercado, no deben convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. También dentro de la actividad económica se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y sociabilidad de solidaridad y reciprocidad. El sector económico no es ni éticamente neutro, ni inhumano o antisocial por naturaleza. En cuanto actividad humana, ha de estar guiado por la ética.
El gran desafío que plantea el desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económica, es mostrar que no se pueden olvidar los grandes principios de la ética social, como la transparencia, la honestidad, la responsabilidad; y también que, en las relaciones mercantiles, el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia de la persona, pero también de la misma razón económica; una exigencia de la caridad y de la verdad.
Partiendo del tema del desarrollo humano integral, al que se refirió Pablo VI, la nueva encíclica amplía la reflexión y aborda nuevas cuestiones. Se refiere, por ejemplo, a los derechos fundamentales de la vida y de la libertad religiosa, situados y vinculados en relación íntima con el verdadero desarrollo humano; afronta de manera orgánica la cuestión del ambiente; y, sobre todo, se detiene en señalar los factores estructurales de la actual crisis económica y en fundamentar la reflexión ética.
Benedicto XVI orienta el pensamiento de la encíclica desde la perspectiva de la caridad y la verdad. Para el Papa, la caridad constituye la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. Pero, consciente de la pérdida de sentido y de las desviaciones que ha sufrido y sufre la caridad, afirma que se ha de entender, valorar y practicar a la luz de la verdad. En realidad, «caridad en la verdad» es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, que no es otra cosa que el anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Este principio adquiere forma operativa y se expresa en algunos criterios orientadores, como la justicia y el bien común, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización. La justicia es el primer camino de la caridad; y desear y esforzarse por el bien común es exigencia de justicia y de caridad.
Son los criterios que orientan el logro del verdadero desarrollo. El Papa muestra una visión articulada del desarrollo. El término indica, ante todo, el objetivo de que los pueblos salgan del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas, el analfabetismo. Socialmente propicia la evolución hacia sociedades solidarias, hacia la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar libertad y paz.
Pero el Papa, de forma realista, reconoce que el desarrollo económico y social ha estado y está aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto. Constata cómo mientras crece la riqueza mundial, siguen aumentando las desigualdades y nuevas formas de pobreza.
De manera muy concreta se refiere a algunas de las actuales distorsiones del desarrollo: una actividad financiera orientada en buena parte por la especulación; los flujos migratorios frecuentemente provocados y no gestionados adecuadamente; la explotación desmedida de los recursos de la tierra; desregulación laboral generalizada. De manera especial, el Papa hace una llamada urgente a remediar el acuciante problema del hambre que «causa todavía mu-chas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón». Es necesario, pues, que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos sin distinciones ni discriminaciones.
Todas estas desviaciones exigen una profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines y una revisión con amplitud de miras sobre el modelo de desarrollo. Según Benedicto XVI, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; y no simplemente de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona. Es decir, una ética que sitúe a la persona en el centro del desarrollo y como guía en las intervenciones de cooperación.
La actividad económica es una actividad humana y social. Por ello, las acciones e instituciones, por ejemplo, el mercado, no deben convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. También dentro de la actividad económica se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y sociabilidad de solidaridad y reciprocidad. El sector económico no es ni éticamente neutro, ni inhumano o antisocial por naturaleza. En cuanto actividad humana, ha de estar guiado por la ética.
El gran desafío que plantea el desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económica, es mostrar que no se pueden olvidar los grandes principios de la ética social, como la transparencia, la honestidad, la responsabilidad; y también que, en las relaciones mercantiles, el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia de la persona, pero también de la misma razón económica; una exigencia de la caridad y de la verdad.
Fuente: E. Alburquerque Frutos, Doctrina Social de la Iglesia: 25 preguntas, CCS, Madrid 2011.
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