sábado, 9 de marzo de 2013

El padre se convierte (Lc 15, 1-32)

Buscando la esencia
A propósito de unas reflexiones de Jean-Pierre Bagot
sobre le evangelio del domingo 10 de marzo (4º de cuaresma)
desde el punto de vista del padre del hijo pródigo y el hijo mayor


   Este texto podría titularse la parábola de los dos hermanos, lo que nos remitiría al Génesis, donde la prehistoria de la salvación está marcada por una tragedia: Caín mata a su hermano por celos. A través de su hermano, Caín percibe la paternidad de Dios de una manera falsa, por supuesto. El es el primogénito, el mejor situado ante el Padre; lógicamente debe beneficiarse del derecho del primogenitura. Pero, para mayor seguridad, asesina a Abel, bajo los ojos de su padre, el Hombre, y de su Padre, Dios.

   La parábola de hoy sitúa también en escena a dos hermanos y un padre. El asesinato se ha sublimado, pero existe: Mi hijo estaba muerto y ha revivido. El hijo pródigo tiembla sólo de pensar en el próximo encuentro con su padre después de haberse escapado de asa. Por eso durante el camino de regreso repite su papel de penitente. Y, sin embargo, se equivoca sobre su padre.

   La parábola de Jesús destaca todavía más con esta trama tan rica. Aquí el personaje central es el corazón. El amor preside, y el amor puede hacer milagros. En la parábola, nada está petrificado, excepto el corazón del hermano mayor, codicioso e instalado en la muerte. El gran ausente de la fiesta de la vida.

   El pródigo tampoco es un dechado de virtudes. Divide la herencia, dilapida la fortuna duramente adquirida a fuerza de trabajo. Pero no importa, porque él escogió vivir. Prefirió la libertad y es el ganador. En efecto, va a descubrirse poco a poco. Va a vivir sin estar bajo el escudo protector del hermano avaricioso y del mismo patriarca. Y sin embargo -aquí radica la audacia del Señor-, el padre va a cambiar. Tal y como suena, se convierte, cambia, se hace mejor. Dios es un padre, es decir, está inspirado por el amor-pasión, no por el amor ley. Es el Dios de los pródigos ¡Esta sí que es una buena Noticia para los pecadores!

   En la parábola el padre no es demasiado simpático, sino un propietario que hace sudar la comida. Pero algo pasa, y el padre se convierte. Primero acepta dividir la herencia. Después ofrece el mejor banquete de toda su vida. Está literalmente loco de alegría y no quiere controlar su delirio. 

   Un Dios-Padre, un Dios con un corazón enorme, un Dios que respeta nuestra libertad, un Dios dispuesto a todo por nosotros, un Dios que se alegra locamente del retorno del hombre: ésta es la última palabra de este Evangelio y de todo el Evangelio.

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