lunes, 25 de febrero de 2013

Hacia la Pascua (Dolores Aleixandre)



Dolores Aleixandre

Como preparación a la Pascua, leemos el texto que el Evangelio de Marcos sitúa inmediatamente antes del relato de la pasión de Jesús:

Estando Jesús en Betania, invitado en casa de Simón el leproso, llegó una mujer llevando un frasco de perfume de nardo auténtico muy caro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados: ¿A qué viene ese derroche de perfume? Podía haberse vendido por trescientos denarios para dárselo a los pobres. Y le reprendían. Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo. A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; en cambio, a mí no me vais a tener siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro  que en cualquier parte del mundo donde se pregone la buena noticia se recordará también  lo que ha hecho ella” (Mc 14, 3-9).

Tratamos de adentrarnos en los sentimientos de Jesús en vísperas de su pasión a través de  esta oración que podría ser la suya después de aquella unción. 

Mi hora se acerca,  Padre, como el momento de un alumbramiento y, como una mujer cuando le llega su hora, me siento angustiado hasta que se cumpla.

Pero has sido Tú quien esta noche, en casa de Simón el leproso, me has hecho comprender lo que en este momento quieres de mi vida. Estábamos reclinados a la mesa, cuando ha entrado súbitamente una mujer llevando un frasco de perfume: lo ha roto de un solo golpe seco y ha derramado el perfume sobre mi cabeza. El ambiente festivo en que transcurría la cena se ha quebrado lo mismo que el frasco y se ha transformado en tensa indignación. En el ámbito cerrado de la sala había irrumpido una ráfaga de libertad, desestabilizando y alarmando a los que pretenden saber siempre qué es lo ortodoxo,  lo seguro y lo adecuado. Había que sofocar y reducir aquella amenaza, catalogarla de insensata y echar sobre ella la red de los cazadores, tejida con los hilos envolventes de la utilidad y el dinero: “qué derroche”, “qué desperdicio”, “cuánto despilfarro”, “qué afrenta para los pobres”.

He sentido, como en tantas otras ocasiones, el viento del Espíritu poniéndome en pie y he extendido mi mano para romper la trama con que estaban  asfixiando a una hija tuya y sacarla a espacio abierto. No tenía más arma que mis palabras y las he  hecho restallar con fuerza, como cuando en el templo volqué con un látigo de cuerdas los puestos de los mercaderes. He rescatado su gesto, tan excesivo, tan desbordante y  carente de medida, tan  parecido a tu manera de amar,  y le he brindado el juramento solemne de que, allá donde se anuncie la buena noticia,  ella será una profecía viva , una ciudad edificada sobre el monte hacia la que todos mirarán para aprender de su gesto, nacido de la gratuidad del amor.

Mientras tanto, la fragancia de su perfume había invadido la casa y lo impregnaba todo. Y en ese momento,  al mirar el frasco hecho mil pedazos sobre el suelo, he comprendido la parábola silenciosa que Tú me narras esta noche: en aquel frasco vacío y roto, está toda mi existencia, convocada al vaciamiento y a la muerte.

Pero junto a él está también tu promesa: ese perfume derramado y libre que vas a entregar en mí cuando llegue mi hora, y que va a convertirse, para gloria tuya,  en la vida y la alegría del mundo.

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