A todos los miembros de la comunidad parroquial:
Desde la acogida de Cáritas, cada año, se prepara un campaña de sensibilización para motivar la solidaridad en Adviento y Navidad, para volver a suscitar la magia del compartir, proponiendo a la comunidad parroquial colaborar en la tradicional Operación Kilo. Pero también nos gustaría que se hiciera una reflexión en torno a la cultura económica reinante que está moviendo nuestros hábitos económicos y de relación con los seres humanos más desprotegidos de nuestra sociedad. A ello nos ayudan unas palabras del Papa Francisco en su primera Exhortación Apostólica:
Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes» (Evangelii gaudium, 53).
Ciertamente, necesitamos alimentos para compartir [1], pero, sobre todo, necesitamos concienciación para que no excluyamos, para que el ser humano no sea un bien de consumo más, porque la crisis ha traspasado la frontera de lo económico y está afectando la convivencialidad en sus bases, despreciando a los más frágiles y desprotegidos de nuestro barrio: a las familias que tienen niños y ancianos a su cargo, a los que están sufriendo las consecuencias de la falta de empleo, a los jóvenes que no encuentra un primer empleo, a las mismas redes de ayuda familiar o de amistad que se están debilitando.
Compartiendo comida podemos luchar, aunque sea un poquito, contra la sensación de que “poco podemos hacer” ante lo que se nos impone. Sin embargo es mucho más importante, desde vuestro ser fieles a la causa de Jesús, tener claro que no podemos tolerar nada que vaya en contra la dignidad del ser humano, su igualdad legítima y el destino común al que estamos unidos todos, esforzándonos para convencernos que otro mundo mejor es posible, un mundo sin exclusiones al que estamos vocacionados a construir en el día a día. En este sentido, es triste escuchar rumores que llegan a nuestros oídos como que: hay personas a las que se les presta ayuda que nos están engañando, que se aprovechan de la generosidad de los que donan alimentos, muebles, tiempo, dinero... mientras que viven derrochando, incluso que se ayuda a unas familias más que a otras. Si dudamos de las personas, de su honorabilidad, si no somos capaces de poner en toda persona lo más básico que es la confianza, ¿qué distancia nos queda para entrar en la dinámica de la cultura que denuncia el Papa y que conduce a considerar a los seres humanos como de usar y tirar?
Se impone, pues, la reflexión antes, durante y después de nuestra solidaridad. Mientras, desde el Equipo de Acogida de Cáritas, y en su nombre, el agradecimiento a la espera de los alimentos que repartiremos, Dios mediante, a 80 familias el 17 de diciembre.
Felipe Manuel Nieto Fernández
Párroco
Nota:
[1] no hace falta arroz (nos han donado mucho), todas las demás legumbres, sí; además de latas, azúcar, conservas, embutido envasado pequeño y productos de navidad.
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