Buscando la esencia |
Evangelio del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús está junto a sus discípulos, cerca de la puerta del Templo, contemplando lo que sucede y aprovecha la ocasión para hablar del culto auténtico a Dios. Por una parte están los escribas, obsesionados con las reverencias, los puestos de honor, los largos rezos; por otra, hace notar el desprendimiento de la viuda que ofrece como limosna al culto a Dios lo que tenía para vivir. Aquí está el centro del mensaje que va a trasmitir a quienes lo escuchan: la contraposición entre las apariencias y la realidad del corazón.
El tema es de ayer, de hoy y de siempre; sólo Dios conoce la verdad del corazón, cosa que a nosotros se nos escapa, porque ¿qué conocen los demás, la sociedad e incluso la Iglesia acerca de nosotros? ¿Qué conocemos nosotros mismos de los demás? Casi la mayor parte de las veces lo exterior y esa tendencia a descubrir el defecto antes que la virtud.
Mientras, se nos escapa la oculta entrega diaria de tantas personas que se ocupan día tras día de los miembros de su familia; las fuerzas gastadas en la entrega al trabajo para ganarse el sustento familiar y hacer que todo funcione; los tiempos impagables de los volcados a curar y cuidar de los enfermos, de los abandonados…
Es gracias y sobre todo a estas personas que hay familias, hay sociedad, hay vida. Los grandes medios las ignoran; sin embargo, a Dios no se le escapa la generosidad de cada uno de sus gestos por insignificantes que parezcan.
Este texto de Marcos, no sólo habla de desprendimiento, servicio, don y entrega como el verdadero culto a Dios. También es un canto a cambiar de perspectiva sobre lo que creemos saber; es casi una invitación oculta a tomar el camino de desandar lo andado, de desaprender lo aprendido, de dejar atrás lo que a veces es lo único que nos mueve y motiva, para descubrir que la entrega, si no disminuye nuestro egoísmo carece de valor. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo.
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