10 de noviembre, domingo 32 del TO
Lc 20, 27-38
"Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahan y Dios de Isaac y Dios de Jacob.
No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven".
No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven".
En otro texto del NT (Jn 10, 10) se mencionan las siguientes palabras del Rabí de Nazaret:"Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia". Con ellas explicitó el discípulo amante la verdadera causa de su existencia.
La abundancia de vida que oferta Jesús no solo es la espiritualmente teológica, como tradicionalmente nos la han interpretado, sino también –y en podio preferente- la material, la imprescindible para cubrir las necesidades fisiológicas y las de seguridad y protección de la pirámide de Maslow: alimento, vestido, salud, educación, vivienda...etc. Sin ellas, aunque igualmente necesarias, todas las demás pueden sonar a música celestial en los oídos del pobre.
Como a Falstaf, en la ópera de Verdi, al ser humano le redimen más las fuerzas dionisíacas -las de Dionisios, dios de la vida y la alegría desbordante- que las apolíneas: las de Apolo, divinidad del orden y las normas.
Ese fue el mensaje de palabra y acción de Jesús en el transcurso de toda su vida. Confucio lo había esculpido quinientos años antes en una bella sentencia: "¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir".
Dios no está lejos del hombre. Está en el hombre, un ser inmerso en el Cosmos de la existencia. Así le predicó San Pablo a los atenienses: "en él vivimos, nos movemos y existimos". Lo dijo recordando a uno de sus poetas, Aratus: "De Zeus somos descendientes".
PARENTESCO CON LAS COSAS
Jung, sobre el final de su vida: "La edad avanzada es una limitación. Y, sin embargo hay tantas cosas que me colman de alegría: las plantas, los animales, las nubes, el día, la noche y lo eterno en el hombre.
Cuanto más inseguro me siento respecto de mí mismo, más se incrementa en mí el sentimiento de parentesco con las cosas.
Sí, es como si este sentimiento de cosa ajena que me había separado tanto tiempo del mundo hubiera ocupado plaza ahora en mi mundo interior, revelándome a mí mismo una dimensión desconocida e inesperada de mí".
Jung: Ma vie
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