MARI PAZ LÓPEZ SANTOS,
ECLESALIA, 12/07/13.- Leyendo sobre el anteproyecto de reforma del Código Penal que el Gobierno ya ha remitido al Congreso, me surgió la necesidad urgente de adentrarme en la lectura pausada y meditativa de Lucas 10,25-37, texto evangélico popularmente conocido como “el del buen samaritano”.
Después de recolectar palabra por palabra, como quien delicadamente recoge cerezas; rumiarlas desde el corazón para que la digestión fuera fructífera, y con la imaginación que Dios me ha dado que para algo habrá de servir si a alguien le sirve, la conversación de Jesús y el maestro de la Ley quedó así:
En este tiempo, y en este caso, se presentó un ministro de Justicia y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:”Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Él contesto: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás vida”. No dice nada de vida eterna, de momento tendrá vida, la de todos los días. Tengo la impresión de que, con el buen conocimiento que tenía Jesús de estos personajes, imaginó que habría más preguntas.
“¿Y quién es mi prójimo?”. Y Jesús, que la estaba esperando, y que conocía la sutileza políticamente correcta con la que se mueven los que ostentan algún tipo de poder cuando quieren justificarse, le dijo: “Un hombre, había llegado en patera del norte de África a Algeciras, había caído en manos de unos bandidos, que les dejaron a la deriva en una patera, después de hacerse con el dinero por la travesía, que superaba el importe en un billete en clase Business de cualquier compañía aérea. Estaba tirado en la playa, mojado, aterido, deshidratado y malherido en el alma tras ver como compañeros de travesía perdieron la vida y fueron arrojados al mar.
Por casualidad, un sacerdote atravesaba la playa a primera hora de la mañana, dando un paseo y rezando Laudes, al tiempo que daba gracias a Dios por tanto regalo de la naturaleza, y, al verlo, se acercó con precaución y agachándose le preguntó: “¿Me podría enseñar documentación que acredite su estancia en esta playa del territorio español?”. Al no recibir respuesta, se dio media vuelta y dejó zanjado el asunto con la convicción de que había hecho lo que marca la ley y marchó a su parroquia a buen paso para celebrar la misa de la mañana.
Al rato pasó por allí un laico haciendo footing, se paró delante del hombre y le preguntó: “¿Tienes “papeles”?”. Como no recibió respuesta entendió que no debía meterse en problemas, según están las cosas, y siguió a buen paso su marcha.
Poco después llegó al sitio un tipo considerado un tanto asocial, que no cumplía los cánones de la “buena gente”, no era creyente en nada establecido. Iba de camino al trabajo, que aún tenía y no sabía hasta cuando; y llegó a donde estaba el hombre malherido, al verlo le dio lástima, se le acercó, le cubrió con su propio jersey ya que notaba como temblaba de frío; le dio a beber el agua de la botella que llevaba e intento comunicarse con él en español, como no le entendía, le preguntó en inglés y tampoco; recordó algunas palabras en francés que vinieron a su cabeza aprendidas en el colegio y, en ese momento, la amplia sonrisa en la cara morena de aquel hombre sin fuerzas le iluminó más que el magnífico sol que estaba ascendiendo.
Le subió al coche, paró delante de una cafetería que estaba abierta a esa hora y pidió un buen desayuno con café caliente, zumo de naranja y tortilla de patatas recién salida de la cocina. Luego le llevó a un centro médico de urgencias para que valoraran cual era su estado físico y por último, se dirigió a casa del Padre Pateras para ver si tenía un hueco para aquel hombre. Allí le dejó en buena compañía. Y dijo que a la salida del trabajo volvería para ver qué más podía hacer.
“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del que llegó en patera desde el norte de África?”. El ministro de Justicia contestó. “El que practicó la misericordia con él”. Y Jesús le dijo: “Anda, haz tú lo mismo”.
Marchó, el ministro, cabizbajo y pensativo; y quedó Jesús preocupado por lo que podría generar el ambiguo artículo 318 bis del anteproyecto de reforma del Código Penal si se llegaba a aprobar que dice: “Los hechos no serán punibles cuando el objetivo perseguido por el autor fuera únicamente prestar, de forma ocasional, ayuda humanitaria a la persona de que se trate”. Él sabe que las personas buenas y solidarias no actúan de “forma ocasional” sino que se comprometen de las formas más diversas para hacer frente a todo tipo de “justicia injusta”.
Jesús sabe que quien se acerca a las “periferias del mundo” (como bien dice Francisco, su actual representante en la Iglesia) está retando a los poderes del mundo.
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