sábado, 8 de diciembre de 2012

Sierva (Lucas 1, 26-38)

Buscando la esencia

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María


La Iglesia se ha propuesto este año reflexionar sobre la fe. Nosotros, que celebramos a María como comunidad parroquial en torno a la Virgen Inmaculada, podemos afianzar nuestra fe descubriendo cómo María desde su sí al plan de Dios, se nos muestra como fiel a la causa de Jesús.

Así, en el evangelio proclamado hoy, partimos de lo fundamental, de su experiencia de Dios, o lo que es lo mismo, su proximidad y su comunicación con Dios que le llevó a decir sí a su proyecto de forma incondicional: Aquí me tienes, soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Hay en este fiat de María un antes y un después que experimentan muchos creyentes como ella. Hoy no podemos olvidar que nosotros, todos nosotros, podemos vivir ese encuentro; si no recordar las palabras del Apocalipsis que hemos proclamo hace unos días: Mira que voy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa (3,20).

Aquí nace todo encuentro, en la disposición de estar, escuchar y abrir. Después viene la respuesta que se resuelve en el lance del encuentro. Así María abrió la puerta y su fiat fue el fruto maduro de un proceso que se viene desarrollando a lo largo del diálogo con Dios.   

Este “Hágase en mí según tu Palabra”, tiene el sabor de las palabras orantes que reflejan con nitidez una profunda conciencia de relación: María se comprende a sí misma como sierva y confiesa a Dios como su Señor. Ella se abandona completamente a servicio de su plan de salvación.   


A nosotros nos choca el lenguaje de María, para nosotros ser esclavos pude ser de las peores situaciones que podamos tener; pero, ¿seremos capaces de abrirnos a la forma como María se reivindica como esclava? Un esclavo o esclava del Señor es admitir que servir a Dios es reinar. Un esclavo del Señor es un adorador de Dios, un exacto cumplidor de su voluntad, uno que acepta una misión de parte del Señor y la cumple fielmente. 

María es de esta manera esclava del Señor. Una vez descubierta la voluntad de Dios, deja que El mande, insinúe, dirija la barquilla hacia el puerto. María no es soberana, sino servidora, no es meta sino camino, no es Todopoderosa sino intercesora. Es sencillamente esa sierva que sirve a Jesús, sigue a Jesús, busca a Jesús, canta a Jesús, ruega a Jesús, muestra a Jesús y está donde está Jesús, si no con los pies, sí con el corazón. Es sencillamente viva imagen de Jesús que a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que por el contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz (Fil 2, 6-8).

La sumisión a la voluntad de Dios termina en un increíble milagro. Dios no ha perdido nada. El hombre lo ha ganado todo. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. No sabemos cómo pasó, probablemente la gente no se enteraron de nada, pero si sabemos qué pasó: un sí hizo que medio cielo se desplazará a la tierra. Porque una niña -no tenía más que doce años- dijo a Dios: He aquí la esclava del Señor. 

Esta respuesta nos presenta el rostro de una Virgen que sabía nutrir su espíritu de oración con la Sagrada Escritura. En la escucha de la Palabra, María aprendió también a afinar su corazón para la respuesta. La respuesta de María a Dios es una respuesta orante que brota del corazón que arde con la Palabra de Dios. Por eso se presenta como joven mujer que asume una responsabilidad que la une estrechamente al Dios que tuvo predilección por ella y que la hace también fuertemente responsable con el destino de su pueblo.  La Palabra le abrió el corazón y las entrañas.   

Con María tomemos conciencia de quiénes somos ante Dios y ante toda la gente que nos rodea.  ¿Somos, como ella, servidores de Yahveh, servidores felices que hacen sus tareas atentos al querer de su Señor, servidores felices que quieren arrojarse con confianza en los brazos del Padre para cooperar en la obra de la salvación?   

Cultivemos hoy, en el terreno fecundo de nuestro corazón orante, la respuesta más perfecta que se le ha dado a Dios en toda la historia: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí Según tu Palabra. Todos podemos meter un poco de cielo en la tierra, cumpliendo la voluntad de Dios.

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