Es la mañana del Sábado Santo. Los amigos, discípulos, seguidores, los que conocieron y amaron a Jesús ven la luz de un nuevo día. A partir de hoy nada será igual: Jesús ha muerto y con él aquellas palabras que hablaban de felicidad, de Reino de Dios, de bienaventurados los que sufren. Seguro que muchos de ellos aún no lo pueden creer; aún no pueden creer que su amigo ha muerto, que no lo van a ver más, que el mal a triunfado sobre el bien.
Es fácil hoy en día llegar a este momento de la Pascua. En unas horas estaremos celebrando y cantando “hoy el Señor resucitó”. Pero para los seguidores de Jesús, los cuales muchos de ellos aún no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos (Jn 20, 9), debió de resultar increíblemente doloroso este momento de la muerte de Jesús y su mensaje de paz.
Esta mañana de retiro la vamos a dedicar a ponernos en el lugar de algunos de los personajes más cercanos a Jesús y a sentirnos como ellos se sintieron. Tenemos que experimentar el vacío y la incertidumbre que trajo la muerte del Mesías. Y en este vacío tenemos que confiar en Dios y dejar que lo llene, abrirnos a la esperanza desde la nada.
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