miércoles, 6 de noviembre de 2013

Documento Asamblea Interparroquial (San Matías y Cristo Salvador)




La comunidad cristiana, como la Iglesia, es ante todo y sobre todo misterio de comunión (LG 2-4)
Fuente: S. Movilla, La Educación de la fe y comunidad cristiana, PPC, Madrid 2013, 12-18.

Una consideración de la comunidad cristiana que se fijase únicamente en sus aspectos funcionales y organizativos no sería correcta ni adecuada; tampoco lo sería una presentación que pretendiese dar a conocer la forma de vivir y de actuar de cuantos la componen, porque una comunidad cristiana se define por lo que ella es y no por lo que hace, expresa o manifiesta.

Esta es la razón de por qué al hablar de comunidad lo primero que hay que hacer es remitirse a la iniciativa de Dios y reconocer que la bondad de Dios se ha manifestado siempre con el propósito de hacernos a los hombres partícipes de su misterio de comunión.
De ahí que la categoría de comunión sirva para dar a conocer con propiedad lo más original y genuino de lo que es una comunidad cristiana: un grupo eclesial que hace realidad la comunión. Esto quiere decir que se configura desde ella, vive para ella, y ella es la forma de su vida. La comunión, que puede ser un concepto abstracto, se hace sensible y concreta en la comunidad. Podríamos decir que es una expresión sacramental, porque en ella se significa y en ella se vive (Ramos, 1993, 130).

Está comunión es don del Padre en Jesús por el Espíritu (LG 4) y actuada en y por los hombres en la comunidad de seguidores de Jesús, que es la Iglesia (2 Cor 13, 13).

a. Don del Padre:

La posibilidad que se nos ofrece a los hermanos de convivir unos con otros en solidaridad fraterna nos viene dada como regalo y como don del Padre. De él parte la decisión de hacernos hijos suyos (Ef 1, 5; Rm 8, 29; 1 Jn 3, 1), de elegirnos de antemano para poner de manifiesto su bondad y su designio (Ef 1, 1), y de convocarnos y agregarnos efectivamente a la comunidad de los salvados (Hch 2, 47). No cabe la menor duda; él ha sido el primero en demostrarnos que nos quiere (1 Jn 4, 19).

Lo que el Padre ha pensado y decidió lo ha hecho de verdad, lo ha llevado a la práctica congregando a quienes creen en Cristo en la Iglesia (LG 2). Tal es el regalo -gratuito, eficaz y universal- que el Padre nos ofrece en la participación de su comunión.

b. En Jesús:

Jesús es el que ha acercado hasta nosotros ese regalo de comunión que nos ofrece el Padre. Él nos ha dado a conocer lo que sabía de parte del Padre (Jn 15, 15) y lo ha realizado con plena dedicación como voluntad suya (Jn 6, 38). Por eso Jesús dedicó su vida a realizar la comunión que el Padre quería.

Así, convocó a los dispersos para que se sintieran como un rebaño unido (Jn 10, 16); transmitió la invitación de participar en el banquete, congregados en la misma mesa, a quienes nunca se habían tenido por invitados (Lc 14, 21-23); mostró su solicitud porque los extraviados llegasen a reincorporarse (Mt 18, 12-14) y porque los perdidos tuviese siempre la oportunidad de ser recuperados (Lc 15); deseó que la comunión fuese algo vivo y operante como la que se da de hecho entre la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-6).

En la obra de comunión llevada a cabo por Jesús encuentra su razón de ser la comunidad de seguidores de Jesús. En Cristo reconoce el Concilio Vaticano II el artífice de esa comunión al instituir al pueblo para ser comunión de vida, de caridad y de verdad (LG 9): Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo… Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en Jesucristo. Esto significa, en primer lugar, que Jesucristo es el que fundamenta la necesidad que los creyentes tienen unos de otros; en segundo lugar, que solo Jesucristo hace posible su comunión y, finalmente, que Jesucristo nos ha elegido desde toda la eternidad para que nos acojamos durante nuestra vida y nos mantengamos unidos siempre (Bonhoeffer, 1982, 12).

c. Por el Espíritu:

El Espíritu lleva a plenitud la obra de comunión que realizó Jesús. Él mismo nos prometió el Espíritu, para que, estando con nosotros (Jn 14, 17), nos lo enseñe todo (Jn 14, 26), nos vaya llevando a la verdad completa (Jn 16, 13), dé testimonio de Jesús (nm 15, 26) y manifieste su gloria (Jn 16, 14).

Misión de Espíritu es reunir a los que, sin dejar de ser diversos, han de llevar adelante la misma y única misión, la de Jesús, y capacitarnos para ello (Hch 2, 1-4). Acción del Espíritu es la efusión del amor de Dios en nuestros corazones (Rm 5, 5), haciéndonos hijos en el Hijo (Gal 4, 6; Rm 8, 15). Fruto del Espíritu es la diversidad de dones que distribuye para el bien común (1 Cor 12, 4-11) y con vistas a la unidad que todos ha de mantener (Ef 4, 3). De suerte que el Espíritu es quien realiza la admirable unión de los fieles y quien unifica a la Iglesia en comunión y ministerio conduciéndola a la unión con Cristo (LG 4).

Pablo, cuando compara a la Iglesia con la estructura de un cuerpo, bien trabado, cuyos miembros no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo (1 Cor 12, 12), hace referencia a este misterio de comunión que suscita el Espíritu: El cuerpo que forman los miembros es el Cuerpo de Cristo, quien en su Cuerpo reconcilia a judíos y gentiles (Gal 3, 28), a todos lo que son diferentes y opuestos (Ef 2, 16).

d. Actuada en y por los hombres:

Los hombres somos los destinatarios, depositarios y agraciados de la comunión que Dios ha compartido con nosotros y, en nosotros, debe encontrar la acogida conveniente y la resolución para que, el impulso dinámico de la comunión de Dios, marque las relaciones que se dan entre los hombres.

Por eso la comunión se convierte en la tarea permanente de los que convivimos juntos y nos reconocemos hermanos por Dios, sirviéndonos para ello de las mediaciones que nos proporcionan los carismas, las instituciones, estructuras, etc., y tratando de expresarla con signos y con gesto oportunos. De este modo contribuimos a que el don de la comunión fructifique entre nosotros y acreciente día a día los lazos de la fraternidad.

La comunión es también misión que nos lleva a extender y a propiciar la comunión en los diferentes espacios de la vida humana donde las reglas de juego son todavía otras y vienen dictadas por la ley del poder exclusivista, del rechazo inmisericorde o de competitividad incontrolada. Ahí es donde el deseo de Dios de llevar poco a poco a los hombres hacia la solidaridad fraterna cuenta con nuestra mediación y nuestro testimonio.

Y a todo ello nos impulsa la asistencia invisible pero cierta del Espíritu y la aspiración que nos hace tender hacia la comunión como meta y destino final de las relaciones que instauramos los hombres y de los planes que Dios tiene reservados a toda la familia humana.

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y EN GRUPO


  1. Enumera las razones que más te motivan a cumplir el deber de vivir en comunión, tanto de las expuestas por el autor como las que tu mismos descubres como realistas, realizables, revisables y renovables.
  2. ¿Qué actitudes debemos fomentar personal y grupalmente para expresar la comunión como don y tarea, en la comunidad parroquial?
  3. En la Nueva "Unidad Pastoral" que queremos vivir, ¿qué acciones pastorales y misioneras podemos llevar a cabo cada parroquia y en común como expresión de comunión?







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